Soy la Otra de una tal Lola.
La que se alberga en el interior de una dama convencional. Soy las dos. Y de ésta, también soy la Otra.

Cualquier parecido con la realidad en personajes o historias, es mera intrascendencia.

domingo, 6 de febrero de 2011

Contracturados

Lola está metida en el confesionario. De pie frente al cura, que empieza a acariciar sus muslos por debajo del uniforme. Piel de ángel, le dice. Y Lola se emociona pensando en que está más cerca del cielo.
Todo ha ido tan rápido que apenas se dio cuenta. Una confesión torpe sin encontrar las palabras adecuadas, pero él la asió amorosamente e intentó tranquilizarla.
La cita por la noche, necesita unos masajes. Lola se presta solícita, inocente.
Es un hombre de mediana edad, calvo y robusto. Lola entra en su cuarto, tímida y retraída como es.
El cura le sonríe, le roza tiernamente la barbilla y consigue ruborizarla. El estómago encogido, salta el corazón en su garganta.
El cura le indica la zona a masajear, y que es mejor sentarse encima y hacerlo con el vaivén del cuerpo. La Lola servicial obedece, sube la falda de su uniforme y se coloca con esmero tal y como el cura le indica. Sur con sur en movimientos lentos y apretados. A Lola le preocupa empezar a sentir un gusto nuevo, desfalleciente, que crece al ritmo del roce.
Las manos del cura circulan lascivas por sus nalgas. Mete su cabeza en el hueco de la camisa de Lola, que asoma los pechos pequeños y turgentes. Pechos de ángel-Y Lola sonríe agradecida.
Cosquilleo y gemidos. Cosquilleo creciente. Lametones, la camisa desabotonada por completo, pezones rígidos dentro de la boca del cura, que aprieta el trasero de Lola al compás del masaje...
Lola conoce al detalle la habitación del cura, lo visita complaciente cada vez que él se contractura. Yo no hago más que desearlo y, cuando las luces de la habitación que comparte con otras chicas se apaga, enseño a Lola cómo recrearse en lo que él le hace sentir, cómo tocarse como si fueran sus manos manoseándola. Un mundo nuevo se ha abierto para Lola, un mundo en el que tengo cabida y puedo gobernar. Pero Lola sigue atolondrada, sin querer pensar demasiado en lo que está viviendo, sin entender hasta qué punto es consciente de mi existencia y mi riesgo.
Intuye que algo no va bien, intuye que debe callar, intuye que no puede acercarse al cura como si la intimidad compartida pueda hacerla un ser más familiar que los demás.
Cierta noche él la espera con la cocinera, una mujer gruesa de pechos enormes que la guía colocándola encima del cura, sentada de espaldas a él.
Mi instinto controla la mano de Lola, que coge el miembro del cura y lo sujeta entre las piernas, con su mano derecha lo aprieta contra sí, lo aprieta fuerte contra su cuerpo mientras pregunta si así está bien. No quiere moverse demasiado, no quiere demostrar que los masajes prodigados son a mí a quien más le gustan y que tiene ganas de quejarse, igual que lo hace él. La cocinera se acerca a ambos lentamente, abre su camisa con parsimonia y se coloca frente a Lola. Saca sus grandes senos y comienza a frotarlos con los de Lola. Gruñe y suspira mientras su lengua voraz le recorre la boca y le enseña a besar.
La atrae contra sí hasta que Lola se pierde en sus ubres, hasta que la que hay en ella, que soy yo, me olvido del cura y sus masajes y no hago más que deleitarme en aquel cuerpo mórbido que provoca tanto placer. La cocinera se retuerce mientras el cura toma una mano de Lola y le indica que también masajee a la cocinera. Lola lo escucha asentir, lo escucha rogar para que ella siga.
Me excitan sus palabras, me excita que los tres se muevan frenéticos a un mismo ritmo. Jadean y se mueven, resoplan y se embuten.
En un movimiento suave y rápido, la gruesa mujer atrapa a Lola subiéndola a la mesa. Hunde la cabeza entre las piernas de Lola, a la vez que levanta la falda para que el cura se masajee en su gran trasero. Lola piensa si ese estado será la inconsciencia. Ya no le importa moverse y gemir el placer que ha estado disimulando. El cura se masajea con empujones en las nalgas de la mujer. Me encanta que con cada impulso, ella entierre más la cabeza en las zonas húmedas de Lola. Ella cree que han sido muy amables considerándola en su juego, y que no todo el gozo sea para el cura. Yo, extasiada ante la nueva experiencia, estallo un quejido en la boca de la cocinera, que ahoga el suyo en mi vulva, en tanto, el cura gime por última vez su contractura.

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