Llego tarde y empapada.
-Me sorprendió el diluvio universal- digo mientras les doy un par de besos.
Estoy incómoda y necesito secarme así que me dirijo al aseo. Camino lentamente para que me vean sin prisas.
En una hora me abren la puerta y otra copa.
Luego un sin fin de caricias, besos húmedos, lenguas que se reparten por cada poro.
Con ella jugamos hasta saciarnos, nos calentamos y nos lamemos sin tregua mientras él nos acaricia.
Ella se corre en mi boca y cuando parece que la excitación no puede ser mayor, la separo de mi y mirándola fijamente le digo:
-Ahora voy a follarme a tu chico.
Su chico se pone como una moto mientras lo empujo suavemente en la cama y me subo sobre él.
Empiezo a montarlo, empiezo a sentir el placer. En el vaivén, mientras gimo, no dejo de mirarla y le pido a su chico que haga lo mismo, y como dos animales gozando y gritando le clavamos los ojos. Entonces ella se acerca como una gata en celo, más excitada que antes.
Me besa, me lame la boca y me tumba, le ordena a su chico que siga y empieza a comerme.
Y allí estoy yo, en el paraíso, derrotada y devorada por dos cuerpos. El uno que me penetra, la otra que me recorre, mientras mi cuerpo se arquea y explota.
Eso es aprovechar el tiempo, y lo demás son tonterías. El tiempo de todas las lluvias.
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